Tentamen anagogicum de characteristica universalis*
Resumen
El sistema matemático binario desarrollado por Leibniz tiene una interpretación anagógica en el
conocimiento de toda la realidad, incluido Dios; esto es la característica universal. En este ensayo se
desarrollará el estudio de la naturaleza y la libertad en Leibniz a partir de la característica universal
y de la aplicación del cálculo infinitesimal.
The binary mathematic system developed by Leibniz has an anagogic interpretation for the
knowledge for all reality, even God; this is the universal characteristic. In this essay will develop
the study of the nature and liberty in the thought of Leibniz from the universal characteristic and the
application of the calculus.
Palabras clave: naturaleza, libertad, matemáticas, característica, analogía.
*Ponencia presentada por Manuel Alejandro Gutiérrez González en el Congreso Internacional de Filosofía Naturaleza y Libertad en el pensamiento de Leibniz y Kant, el día 26 de agosto de 2014 en la Universidad de Guanajuato.
Uno de los temas más complicados de hablar hoy en día en un mundo secularista es el tema
de Dios. ¿Por qué hablar de Dios si no se puede comprobar su existencia de forma empírica?, ¿por
qué tratar el tema de un ser inmaterial que parece ser un producto del ingenio humano?, ¿todavía
tiene cabida Dios en nuestro mundo contemporáneo? Las discusiones se han prolongado desde
siglos anteriores y parece que no hay una solución; además en los últimos siglos hemos sido
testigos de la revolución científica y tecnológica en donde no hay cabida para Dios. ¿Es lícito seguir
hablando y discutiendo de un Ser que parece ser inútil en la vida diaria de un ser humano? ¿Cómo
otro ser puede imponerme una heteronomía que parece violentar mi dignidad?, es más, interfiere en
mis actos voluntarios libres. El ser humano se regodea de haber alcanzado la mayoría de edad
intelectual y no necesita más de Dios; el hombre moderno, con su libertad, se ha emancipado de Él
y como buen joven se cree autónomo y de alguna forma anárquico; su credencial de mayoría de
edad es la razón autónoma de la fe y sus actos libertinos, ellas pueden arreglárselas por sí mismas
sin la ayuda de la luz sobrenatural. Ante estas y otras cuestiones, Gottfried Wilhelm Leibniz trata de
dar una respuesta en su tiempo, en su contexto social y cultural a estas interrogantes; siguiendo los
pasos de Blaise Pascal, trata de hacer una apología del cristianismo contra los escépticos y los incrédulos. Al igual que Pascal, y otros más, trata de hacer una vindicación de la causa de Dios
desde las ciencias matemática y física, usando un lenguaje nuevo que muchas veces pasa
desapercibido.
Al empezar este ensayo anagógico sobre la característica universal (tentamen anagogicum
de characteristica universalis) debemos partir por lo que el mismo Leibniz decía para que en el
diálogo todos quedemos en el acuerdo, para que aquellas personas que tengan opiniones diferentes
en este tema filosófico sobre la naturaleza, la libertad y la libertad divina, converjamos en la unidad
de pensamiento, es decir, calculemos. El cálculo que haremos se basa en el principio del
conocimiento adecuado e intuitivo, que para Leibniz es el análisis de una noción que llega a sus
últimos elementos y que además es reflexivo, pues las nociones primitivas distintas solo se dan en
cuanto intuitivo.1 Puestas las cosas desde esta perspectiva, debemos preguntarnos: para Leibniz
¿cuál es el último elemento y la reflexión sobre la naturaleza y la libertad? Leibniz aborda el tema
de naturaleza desde la física experimental, él afirma que hay dos cosas a estudiar: 1) «en qué
consiste la naturaleza que solemos atribuir a las cosas»2 y 2) «si en las cosas creadas existe alguna
’ενεργέια»3. A lo primero dirá que la realidad de la naturaleza se debe basar en verdaderas
unidades, que se asemejan a átomos formales, pero que no son al mismo tiempo materiales e
indivisibles; es por eso que pretende rehabilitar lo que los escolásticos llamaban forma sustancial,
pero este término no es asequible para muchas personas, por eso pretende hacerlo inteligible. La
naturaleza de las formas sustanciales consisten en ser fuerzas, y para hacerlas inteligibles del
concepto que tiene Aristóteles de ellas (entelequias primeras), él las denomina fuerzas primitivas.
Son fuerzas primitivas porque la naturaleza consiste en ser el principio del movimiento y del
reposo; no solo de las cosas que se pueden mover por sí mismo, sino que hay una fuerza intrínseca
actual, que se encuentra ínsito -intrínseco actual, connatural como nacido en ello-4 desde el origen de todas las cosas. Esta naturaleza tiene una extensión, no como la piensa Descartes, sino de una
forma relativa, pues existe una cierta repetición de la naturaleza que puede ser discreta -«como en
las cosas numeradas en las que se distinguen las partes añadidas»-5 o continua -las partes no están
limitadas y se pueden tomar de infinitas maneras-6, y en la continua tenemos la sucesiva -como el
movimiento y el tiempo- y la simultánea -consta de partes consistentes. La naturaleza de los
cuerpos es extensa de forma continua simultánea y esta permite a los cuerpos conservar la ley de la
impenetrabilidad (antitypía) porque les da extensión; esta es la fuerza pasiva de los cuerpos que los
hace impenetrables y tienen la resistencia al movimiento o también conocido como inercia natural
de los cuerpos. Si pensamos que la extensión es un atributo absoluto y primitivo nos equivocamos,
pues la extensión es relativa a lo que se difunde; entonces ¿qué es lo que se difunde de forma
simultánea al cuerpo? Hay algo en el cuerpo diferente a la materia y esto solo puede consistir en la
dinámica «el principio ínsito de cambio y perseverancia.»7: la fuerza activa. Ésta se divide en
primitiva (sustancial) y derivativa (accidental); la primera es simultánea a la fuerza pasiva del
cuerpo, es conocida como alma y «obra naturalmente sobre un cuerpo orgánico»8, esta fuerza junto
con la materia o fuerza pasiva constituye la sustancia corpórea. La característica del cuerpo, al tener
una infinidad de órganos «no puede ser destruida en absoluto ni tampoco nacer en absoluto, sino
sólo disminuir y crecer, involucionar y evolucionar»9. Lo que permite la fuerza derivativa es romper
la inercia o la resistencia al movimiento (la inercia natural de los cuerpos), pues recibe un impulso
de otro cuerpo; pero esta fuerza difiere de la acción tanto como lo instantáneo de lo sucesivo;
porque la acción depende del producto del cuerpo, del tiempo y de la fuerza; esta fuerza derivativa
es una fuerza modal porque experimentan un cambio los cuerpos; además la fuerza derivativa
permite cierta modificación no de algo pasivo, sino de algo activo, que es la entelequia primitiva:
«la fuerza derivativa y accidental o mudable será cierta modificación de poder (virtus) primitivo
esencial, que es lo que persiste en toda sustancia corpórea.»10
Las entelequias primitivas o bien son almas o bien algo análogo al alma y siempre obra
sobre un cuerpo orgánico. Estas entelequias primitivas tienen un rasgo característico para Leibniz;
pero antes de comprenderlo debemos iniciar con la máxima leibniziana nada es sin razón. Todas
las cosas existentes son necesarias, y un «ente necesario es EXISTENTIFICANTE»11, pero para
que sea existentificante es necesaria una causa que hace que algo exista, esto significa que todo
posible exige existir. Leibniz acuña un término nuevo para hablar sobre la posibilidad de existir:
existiturire; parte del participio futuro latino existiturus para construir un infinito futuro. Para que
un ente existentificante esté en acto existiendo debe reunir todos los posibles, los cuales son
composibles, porque si a un posible le hace falta un composible y otro posible posee ese
composible, el que tiene esa perfección tiene mayor exigencia de existir: «que exista aquella serie
de cosas con la cual existe un máximo, o sea, la serie máxima de todos los posibles.»12 Para Leibniz
esta es una verdad de hecho, esto es, todo posible exige existir tiene una demostración tanto a priori
como a posteriori. La demostración a priori que realiza se basa en la comparación de cuatro
esencias igual de perfectas (A, B, C y D), solo que una es incompatible con dos (D es incompatible
con A y B) y que la combinación de dos son incompatibles con la anterior (B, C es incompatible
con D); lo cual lleva a la conclusión que la combinación más perfecta es C y D comparado con la
combinación A,B,C.13 La demostración a posteriori que realiza Leibniz parte de la existencia del
posible y se puede preguntar el porqué no existe otra cosa en lugar de este existente, y la razón para
demostrar esto es a través de la esencia, pues por su naturaleza es posible exigirle su existencia y,
siguiendo la razón de posibilidad, veremos cuál es el grado de la esencia; pues «si en la naturaleza
misma de la esencia no hubiera cierta inclinación a existir, nada existiría.»14 De esta forma, vemos
cómo dentro de la misma esencia, naturaleza, tenemos el composible de la existencia, pero su
exigencia se basa en el perfeccionamiento de esa naturaleza el cual reúne todos los requisitos,
conditio sine qua non, para existir. Si adolece de un requisito, el posible no exige con mayor fuerza
su existencia: la suma de todos los requisitos son la razón suficiente por la cual existe el posible.15
Ahora bien, existe una naturaleza que posee un requisito el cual podemos denominar alma
razonable y «que son de un orden superior y poseen incomparablemente más perfección, pues
cotejado con aquellas [formas hundidas en la materia] son como pequeños dioses»16; esta alma
razonable es capaz de conocer la verdad de las cosas. La verdad es la base, el cimiento, por el cual
nosotros podemos construir un edificio estable, un punto de apoyo seguro para conocer la
naturaleza de las cosas; y la naturaleza de la verdad es la «proposición cuyo predicado está
contenido en el sujeto»17, de este modo podemos pensar la proposición como una balanza donde el
antecedente y el consecuente se encuentran en equilibrio, pero para que la noción o la proposición
se encuentre en equilibrio debe estar completa; esto es, «tal que a partir de ella pueda darse razón de
todos los predicados del mismo sujeto al cual puede atribuirse esa noción, será la noción de una
sustancia individual, y viceversa.»18 De igual forma sucede en el conocimiento de la naturaleza,
pues el alma razonable se encuentra en relación con la naturaleza a conocer y, para que el
conocimiento sea verdadero, se deben encontrar en equilibrio. Lo que realiza el sujeto es enumerar
las notas de todos los requisitos de la naturaleza del existente, lo cual permite distinguirla de las
otras cosas; y aunque las lenguas son útiles para poder dar a conocer la noción del existente,
muchas veces los hombres cometemos equivocaciones y no cumplen con su función; pues el
razonamiento es la suma y resta de nociones.19 Pero la idea que se forma el sujeto no es la misma
con la que se expresa, sino que hay una cierta relación entre idea-expresión-existente; y la expresión
es un carácter el cual conecta con la realidad, y esta proporción «es el fundamento de la verdad.»20
Y como nuestro entendimiento es débil, debe ser dirigido por un hilo mecánico: el análisis de los
caracteres, lo cual es una sustitución ordenada e ininterrumpida de proposiciones. De esta forma es
como procede la ciencia metafísica, ésta se refiere a las acciones más comunes del hombre: los
pensamientos y los afectos. Lo que permite realizar esta característica es un método para inventar y
para juzgar; y además es una forma de filosofar con un uso proporcional, esta característica ofrecerá doctrinas que importan en la vida como son la moral21 y la metafísica, las cuales contribuyen a
nuestra felicidad y a la de los demás. La propuesta leibniziana sobre los caracteres es que deben ser
autónomos, esto es, que a partir de ellos mismos se puedan deducir consecuencias (esto tiene
conformidad a lo que ha dicho sobre las proposiciones de hecho y de razón). La mejor característica
es la binaria –aritmética desarrollada por Leibniz que consta de tan solo dos números (0 y 1)-. El
ejemplo que da sobre la deducción de consecuencias es todavía en la aritmética: «El binario 3 es 11
y 9 es 1001. Y 11 por 11 da 1001»22 La razón por la que Leibniz acuña la matemática como
lenguaje filosófico es porque la matemática es un lenguaje común que todo hombre entiende o es
capaz de entender, además es una de las ciencias que ha durado por muchos siglos sin sufrir
cambios y en la cual todos los que discrepan llegan a las mismas conclusiones; pero estas no son las
únicas razones o mejor dicho, la razón principal por la cual escoge la matemática como lenguaje,
característica universal porque ella permite ir de la física experimental a la metafísica, nos ayuda a
franquear la barda que existen entre estas ciencias; pues la física experimental es una ciencia
propedéutica de la metafísica, por eso es fácil notar que Leibniz recurre en metafísica en muchas
ocasiones a la dinámica o estática, lo que cambia y lo que permanece en términos metafísicos; con
la luz de la metafísica la realidad fenoménica cobra un nuevo sentido y con miras más amplias.
¿Qué sucede por ejemplo con la matemática y la metafísica? Cuando hablábamos sobre los
diferentes tipos de fuerza para hacer más asequible a las personas comunes el término forma
substancial, Leibniz lo pensaba en una cuestión física: los átomos, aquellas partículas que son
indivisibles en sí mismos. En la cuestión metafísica Leibniz los llamará mónadas, los cuales son
puntos metafísicos los cuales son « unidades reales y absolutamente deprovistas de partes, que son
las fuentes de las acciones y los primeros principios absolutos de la composición de las cosas y
como los últimos elementos del análisis de las sustancias.»23 En pocas palabras, el paso entre la
física y la metafísica se da por una razón suficiente; el salto que se da entre esta ciencia y la otra es
la matemática, la característica universal; pues es el lenguaje por el que todos los hombres pueden
llegar a concordar con el fenómeno que sucederá después. La relación que existe entre estas
ciencias es la proporción, que en tiempos de Leibniz se usaba para comparar entre dos –él lo usa para comprar los conocimientos necesarios y contingentes. La proporción existente entre la física
experimental y la matemática la podemos observar en la razón de la dinámica, pues esta rama
estudia las cosas contingentes y puede ser comprendida en cuanto geométrica y aritmética:
«pertenece a la mathesis pura todo lo referente a la doctrina acerca del movimiento en cuanto sólo
se supone el cambio de lugar y lo que se sigue de esto, y para esta doctrina no se precisan otros
principios que los de la geometría.»24 Así podemos ir comprendiendo que la matemática al ser un
lenguaje universal nos permitirá realizar varias disquisiciones en cuanto a toda la realidad; pues la
característica universal «es el órgano verdadero de la ciencia general de todas las cosas que caen
bajo el razonamiento humano pero vestido con las ininterrumpidas demostraciones del cálculo
evidente»25 El cálculo es producto de relaciones que suceden a través de transformaciones de
fórmulas que se dan en leyes prescritas. Así podemos ver que la proporción entre las matemáticas y
la metafísica son los puntos, pues la mónada es un punto metafísico y los puntos matemáticos son
su «punto de vista para expresar el universo»26 La característica universal es la ciencia de la
realidad, pues nos permite conocer la naturaleza, la esencia, de la cosa; en efecto, la esencia de la
cosa tiene los composibles para su existir, sin alguna de sus notas que son el requisito para existir,
se rompe la serie,27 si se cambia un número de la serie será posible cambiar la razón de la serie.
Ahora bien, si un posible contiene en sí mismo una serie, ¿cómo afecta esto a su existir? Leibniz
dirá que todo ser corpóreo sí posee el principio de individuación, pero que no es suficiente para
poder explicar la realidad del ente corpóreo, lo que nos permitirá realizar este conocimiento es el
principio de heceidad o principio de los indiscernibles. La matemática nos ayudará a conocerlos a
través de sus notas características de tiempo y espacio; Leibniz entiende por tiempo magnitud de la
duración y por espacio orden del coexistir28; esto es, la repetición o multiplicidad y la proporción:
la aritmética y la geometría. La mónada al ser un punto metafísico interpretado por la matemática
nos permite seguir avanzando en su naturaleza en cuanto al tiempo y al espacio, pues este punto -que ahora es físico29- es un móvil el cual hace un trayecto, el cual es un lugar continuo en un
momento dado. La gran interrogante ahora de Leibniz es ¿en que momento o instante se imprime la
fuerza a un móvil y en qué momento empieza a perderlo?, es más, la cuestión no se queda en el
ámbito meramente meso-físico, va a la parte astro-física ¿en qué momento el universo empieza a
existir o a formarse y se le imprime una fuerza para el desenvolvimiento o progreso del universo y
qué sucede con esa fuerza, sigue constante a través del tiempo o empieza a perder cierta fuerza?;
pero quiere llegar todavía más allá, en el momento originario radical de la naturaleza, en sí de las
mónadas ¿en qué momento Dios le imprime fuerza a la creación para que exista y se siga
sosteniendo en el ser? Aquí vuelve a surgir el gran ingenio de Leibniz, la matemática podrá darnos
una respuesta a las inquietudes desde la física experimental, la astrofísica y dar el salto cualitativo
hacia la metafísica, y para esto nos servirá una herramienta matemática que se ha desarrollado a
partir del conocimiento matemático de Blaise Pascal, sobre el tratado de los senos de un cuarto de
círculo: el cálculo infinitesimal. Esta rama de la matemática, que es novedosa, nos permitirá
conocer la parte infinitamente pequeña, o mejor dicho, el requisito por el cual una cosa exige
existir; «pues todo espíritu es como un mundo aparte, envuelve el infinito, expresa el universo.»30
El cálculo o el sistema de fluxiones permite conocer dentro de una función sus máximos y sus
mínimos, además si existe en él algún límite cuando tiende a cero o cuando tiende a infinito. Si
trasladamos este lenguaje matemático a la metafísica podremos darnos cuenta que la función
matemática es la vida de cualquier mónada la cual se puede conocer metafísicamente con todos sus
requisitos que han exigido existir, pero que además nos permite conocer el máximo que pide su
existencia dentro de la serie de los composibles, y el mínimo que son los otros composibles que no
alcanzan el máximo para existir dentro de la serie. Ahora bien, la razón suficiente o la razón del
porqué existe algo antes que nada es la determinación de «el máximo posible respecto de la
capacidad del tiempo y del lugar (o sea, del posible orden de existencia) [...] por estos ejemplos se
puede entender de un modo admirable cómo se aplica en el mismo origen de las cosas cierta
matemática divina o mecánica metafísica y cómo tiene lugar la determinación del máximo»31 Si un
matemático observara de cerca ese momento podría ver como en un espejo la imagen de alguna parte de Dios, pues Él mismo ha tenido en su pensamiento ese posible existiendo en su mente. En
efecto, Dios es el gran geómetra, y para eso debemos recordar que la geometría hace referencia a la
proporción, que en el contexto cultural de Leibniz es la comparación de dos números y que él lo usa
para comparar las nociones contingentes y necesarias.; la cuestión ahora es ¿cómo Dios puede dar
proporción a los existentes? «Como la raíz última debe residir en algo que existe con necesidad
metafísica, y como la razón de una cosa existente, se sigue que existe un ser único, metafísicamente
necesario, o sea, que su esencia implica su existencia, y que existe algo que es diferente de la
pluralidad de los seres, o sea, del mundo, que hemos reconocido y mostrado que no existe por
necesidad metafísica.»32 Dios es el ser único, metafísicamente necesario; es la mónada primigenia,
la que da proporción a la realidad; además es la razón suficiente que está «fuera de la secuencia o
series de este detalle de las contingencias, por infinito que pudiera ser.»33 ¿Cómo sucede o cuál es
el momento en el que Dios da una proporción a todos los existentes? Debemos partir de una noción
aristotélica que se acuña en el cristianismo, a saber, el dios aristotélico es el “Pensamiento que se
piensa a sí mismo”, en términos lebnizianos Dios es la “mónada que se razona a sí misma”; aquí
empezamos a aplicar la característica universal a los existentes, la mónada primigenia es única
metafísicamente, así como lo es el número uno; para Lebniz el razonar no es más que sumar y
restar. Es así que la nueva formulación leibniziana será el número uno se suma (adiciona) a sí
misma.34 Este es el momento que Leibniz estaba buscando, porque en el sistema binario “uno más
uno” es igual a dos en el sistema binario, pero en la escritura es un diez; el cual tiene una
proporción de la mónada primigenia, pero no es ella; porque esta nueva mónada contiene en sí un
cero, lo que equivaldría a el no-ser o la nada; y así cada existente tiene su serie con la cual el gran
geómetra lo ha pensado para su existencia lo cual permite conocer los requisitos que tiene: «Todas
las criaturas vienen de Dios y de la nada; su ser-en-sí-mismas, de Dios, su no-ser, de la nada (los
números exhiben también lo mismo de modo admirable, y las esencias de las cosas son iguales a los
números).»35. Es por eso que cada existente tiene una parte de Dios, o mejor dicho, una proporción hecha por Dios; las mónadas con mayor grado de perfección son hechas a imagen y semejanza de
Dios, y por eso el matemático podrá observar con mayor claridad a Dios en las otras cosas creadas.
Y con esto, Leibniz ve resuelto un problema que se plantea en las Sagradas Escrituras: «Dios hizo
todo con peso, medida y número»36; y de esta forma es posible pensar que la naturaleza de las cosas
son vestigios de este ser supremo, pues «la naturaleza en general es [...] una obra de arte de Dios,
y a tal punto que cada máquina natural [...] consta enteramente de infinitos órganos y exige de parte
de su autor y soberano una sabiduría y poder infinitos.»37
Explicada la parte de la naturaleza de los existentes queda explicar la relación que tiene esta
con la libertad, pues parecería que nos hemos alejado mucho del tema, pero es necesario encuadrar
el pensamiento de Leibniz en armonía con el pensamiento del cristianismo, en específico el tema de
la gracia y la libertad, tema netamente teológico. Cuando Leibniz habla sobre la libertad lo piensa
en específico en el tema del pecado: ¿Dios quiere y ama el pecado?, ¿por qué lo permite si es algo
que va contra su misma naturaleza? En su omnisciencia Dios calcula todas las series infinitas de los
posibles que exigen existir, y el máximo de los requisitos exige su existencia como razón suficiente,
aunque en este posible contenga muchas veces el no-ser o nada, Dios permite su existir según una
armonía preestablecida. Leibniz entiende por armonía «la razón entre la identidad y la diversidad,
ya que la armonía es la unidad en la multiplicidad»38, la razón que se encuentra inscrita en la
naturaleza de las cosas existentes nos permite realizar una cosa extraordinaria: cuando el alma
razonable empieza a conocer la noción del posible existente, se puede conocer todos los
«predicados pretéritos, presentes y futuros.»39 Recordemos que para Leibniz el conocimiento
nominal de una cosa es que el predicado esté contenido en el sujeto, y en el predicado se contiene
su pasado, su presente y su futuro, pues el futuro está contenido en el predicado futuro; con esta
afirmación, Leibniz establece una forma de conocimiento verdadero de las cosas existentes para
poder diferenciarlas de la imaginación y de los sueños, pues al conocer la noción de un existente me
permite conocer el fenómeno a través de la «predicción de los fenómenos futuros a partir de fenómenos pretéritos y presentes.»40 Y con esto surgen dos grandes preguntas: ¿para Leibniz existe
la libertad, o en nuestra misma naturaleza ya está descrito qué es lo que vamos a hacer?, en pocas
palabras ¿tenemos libertad o estamos determinados por la razón suficiente? y la segunda pregunta
es: si Dios en su omnisciencia sabe que existirán algunas personas que se apartarán de él por medio
del pecado, ¿por qué se toma la molestia de crearlos, seguro habrá otro posible semejante a este que
nunca pecará? A la primera pregunta debemos tomar en cuenta dos nociones; a saber, necesidad
metafísica, absoluta, y necesidad hipotética. La máxima nada es sin una razón suficiente nos remite
metafísicamente a un ser necesario por sí mismo, que no dependa de otro, y este es Dios; a Él solo
le corresponde la necesidad metafísica, absoluta. La necesidad hipotética se sigue de una premisa o
de una hipótesis y no por sí misma; ésta necesidad es la necesidad física y la necesidad moral; la
primera hace referencia a la existencia de las cosas creadas no con necesidad absoluta, sino con
necesidad física con razón suficiente, lo que es naturaleza. En el caso de la libertad la encontramos
en la necesidad moral, pues las cosas que ocurrirán sucederán verdaderamente, necesariamente,
pero no de forma absoluta, esto es, «obres o no obres. Pues el efecto no es necesario sino a partir de
la hipótesis de la causa.»41 ¿Cuál es la hipótesis de la causa? Las cosas externas a mi yo, que
imperan como cierto encadenamiento de forma fatídica, pues existe la comunicación de las
sustancias, y esto se da conforme a la fuerza ínsita de la mónada con las leyes de la naturaleza.
Ahora bien, esta comunicación se le presenta al alma razonable según la razón de querer, y el alma
razonable quiere todas las cosas que son armoniosas en un juicio que realizamos sobre o que es
bueno; y para que mi querer imperado por mi razón elija un bien armonioso se deben dar todos los
requisitos para actuar, tanto los requisitos que se encuentran fuera como dentro del agente; así «el
libre arbitrio es la potencia para actuar o no actuar dados todos los requisitos para actuar, a saber,
los requisitos externos.»42, pero esta potencia para actuar debe ser espontáneo: «cuanto más fluye
su acto de su naturaleza y cuanto menos alterado está por las cosas externas»43, es decir, lo que
procede del poder del saber. Mientras más pura sea la razón el hombre podrá ir avanzando sin
tropiezos hacia la consecución del bien. Las almas razonables pueden actuar de esta manera porque Dios las ha hecho a su imagen, como si fueran de su linaje: «sólo ellos pueden servir libremente y
obrar con conocimiento a imitación de la naturaleza divina.»44
Falta responder a la última interrogante: si Dios en su omnisciencia sabe que existirán
algunas personas que se apartarán de él por medio del pecado, ¿por qué se toma la molestia de
crearlos? En el pensamiento divino existen con necesidad todos los posibles exigiendo existir, y
Dios quiere todas aquellas que tengan un máximo de requisitos: Dios quiere las cosas por su misma
naturaleza. Si en un hombre existe el pecado, no significa que Dios sea el autor del pecado, sino su
razón; porque «la última causa física de los pecados, como la de todas las criaturas, está en Dios; la
causa moral, en el que peca. Esto querían decir, me parece, los que decían que la sustancia de la
acción existe por Dios, pero no la malicia de la acción.»45 En Dios todas las cosas existen en
armonía, y esto sucede con lo par y lo impar, y observa a todas las cosas en su totalidad respecto a
la mejor armonía con las que la ha elegido; no es que Dios quiera el mal, el pecado, sino que lo
tolera al observar la armonía íntegra de las disonancias que puedan existir en lo agradable, es como
en las matemáticas, nosotros de los números impares siempre podremos sacar números pares; es
decir, Dios permite el mal porque a partir de la armonía íntegra verá todos los bienes que sacará del
mal: «y como la serie total de la armonía la existencia de los pecados es compensada con bienes
mayores, debido a esto los tolera o admite aunque los hubiera eliminado siempre que en absoluto
hubiera podido hacerlo, o sea, que hubiera podido elegir otra serie mejor sin los pecados mismos.»46
Dios se goza, se complace, en la armonía de todas las cosas en su totalidad, no examinándolas parte
por parte, y si los pecados no estuvieran dentro de la armonía, Dios no se deleitaría con esta serie
armónica. El hombre con su libertad decide si ser feliz o no, y para Leibniz la felicidad consiste en
adecuarse a la voluntad de Dios, ¿de qué forma yo puedo conocer la voluntad de Dios?
Conociéndome a mí mismo, pues en mí está inscrita la naturaleza de bien o la razón de bien, debo
hacer un cálculo de mi naturaleza para conocer las cosas futuras que me ocurrirán o lo que Dios
quiere de mí: «todo acaece matemáticamente, esto es, infaliblemente, en todo el ancho mundo, de
suerte que si alguien pudiese tener una percepción suficiente de las partes interiores de las cosas, y
tuviese bastante memoria y entendimiento para captar todas las circunstancias y tenerlas en cuenta, sería un profeta, y vería lo futuro en lo presente, como en un espejo»47. A pesar de esto, yo puedo
decidir no hacerlo y separarme de mi felicidad, separarme de la voluntad de Dios, y aún así Él lo
sabe, aunque no es lo que Él quiere, aunque lo tolera; pues no hay más grato en el hombre que la
complacencia de la maravillosa armonía que existe en la naturaleza, así como los sentido se deleitan
con la armonía de la música. Pero, la mayor armonía se encuentra como efigie, huella, en mi
naturaleza, existe un orden mucho mayor al mío; todo lo que es orden emana hermosura, y todo lo
que es hermoso despierta amor. Es por eso que el hombre para alcanzar su felicidad debe amar a
Dios, si observáramos al hombre como función matemática, como una serie armónica, mientras el
límite de esa función tienda a infinito, este es Dios, mientras más cálculo haga el hombre sobre
Dios, más amor encontrará hacia Él; pues «cuanto más sabio es alguien, tanto más poderoso debe
ser , en la medida de lo posible»48; en efecto, mientras más sabiduría alcanza, mayor ciencia de la
felicidad tendrá el hombre; mientras más espontáneo sea el hombre en sus elecciones mayor
fruición encontrará en su naturaleza pues es concorde a la idea ejemplar que Dios tiene en su
mente; porque el conocimiento de Dios es el inicio de la Sabiduría.
Leibniz intuyó que Dios es el geómetra perfecto, todo lo ha hecho con número, porque en su
razón existen todas las series numéricas perfectas exigiendo existir, es por eso que formula la
característica universal pues el fin último de ésta es que el hombre llegue a Dios, que por medio de
ella todo hombre llegue a conocerlo y a amarlo, y que no llegue a dudar de su existencia; pues al
hacer el cálculo de cualquier cosa existente nos lleva de lo necesario hipotético a lo necesario
absoluto, lleva al hombre a tomar una postura sobre su propia vida. La matemática es la ciencia de
lo divino, lleva al hombre a la apoteosis, lo diviniza; y cuando está convencido de esto y de la
verdadera religión «experimenta hacia los demás un sentimiento de caridad tan grande que desea la
conversión de la humanidad y sin duda cuando comprenda estas cosas reconocería que nada es más
eficaz que este descubrimiento para propagar la fe, exceptuados los milagros, la santidad de un
apóstol o las victorias de un monarca notable. Pues una vez que esta lengua pueda ser introducida
por los misioneros, la verdadera religión que es máximamente conforme con la razón se consolidará
y no habrá que temer en lo sucesivo la apostasía, igual que no se teme que los hombres rechacen la
aritmética y la geometría una vez que las aprendieron.»49 Esta es la verdadera razón, o la razón suficiente, de la característica universal; esta conduce al hombre de forma anagógica, es decir,
interpreta la naturaleza no de forma literal, sino en un sentido místico para llegar a la noción de la
bienaventuranza eterna.
1 Cfr. Meditaciones sobre el conocimiento, la verdad y las ideas. En esto se basa la demostración de la posibilidad de una cosa, sin dar por supuesto la experiencia de alguna ni la demostración de la posibilidad de otra cosa, pues «cuando se resuelven la cosa en meras nociones primitivas inteligibles por sí mismas. A este conocimiento suelo llamarlo adecuado o intuitivo.» Sobre la síntesis y el análisis universal, es decir, sobre el arte de descubrir y el arte de juzgar. 295 G. W. Leibniz, Die philosophischen Schriften. (ed. de C. I. gerhardt, 7 vols., Berlín 1875-1890; reimp, Hildesheim 1960-1961) Examen de la física de Descartes. 394. Trad. Ezequiel de Olaso.
2 Sobre la naturaleza misma, es decir, sobre la fuerza ínsita en las acciones de las criaturas, para confirmar y aclarar la dinámica del autor. § 2.
3 Ibid.4 Cfr. Real Academia de la Lengua Española.
5 Examen de la física de Descartes 394.6 Ibid 394.7 Ibid 394.8 Ibid Examen de la física de Descartes 395.
9 Ibid Examen de la física de Descartes 396.
10 Ibid Examen de la física de Descartes 397.
11 Ibid 534 Resumen de metafísica § 4.
12 Ibid 534 Resumen de metafísica § 9.
13 Cfr Todo posible exige existir.14 Cfr. Ibid.
12 Ibid 534 Resumen de metafísica § 9.
13 Cfr Todo posible exige existir.14 Cfr. Ibid.
15 Cfr. Ibid. 483 Proposición Nada es sin razón.
17 Ibid 401.18 Ibid 403.19 Cfr. Ibid 52.
20 Cfr. Ibid 192.
21 En su escrito de La profesión de fe del filósofo dirá que «la física y la moral [son] ciencias de la cualidad o, lo que es lo mismo (pues la cualidad no es más que la potencia de actuar y padecer), ciencias de la acción» Ibid 41.
22 Ibid 285.
23 Ibid 482-483 Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias así como de la unión que hay entre el alma y el cuerpo § 11.
24 Nota que hace Leibniz a Comentarios a la metafísica de los unitarianos de Christoph Stegmann y que pide al copista que lo suprimiera.
25 Ibid 206 Signos y cálculo lógico.26 Ibid 483 Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias así como de la unión que
hay entre el alma y el cuerpo § 11.27 De nuevo podemos observar cómo Leibniz introduce un término de la ciencia matemática a la ciencia
metafísica para poder describir de forma novedosa la realidad.
28 Cfr Ibid 18 Principios metafísicos de la matemática.
29 «cuando las sustancias corporales están comprimidas, el conjunto de todos sus órganos» Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias así como de la unión que hay entre el alma y el cuerpo § 11.
30 Ibid 485-486 Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias así como de la unión que hay entre el alma y el cuerpo § 16.
30 Ibid 485-486 Nuevo sistema de la naturaleza y de la comunicación de las sustancias así como de la unión que hay entre el alma y el cuerpo § 16.
31 Ibid 304 Sobre la originación radical de las cosas.
32 Ibid 303 Sobre la originación radical de las cosas.
33 Ibid 613 Monadología §37.
34 Debemos recordar que Leibniz al ser un cristiano protestante y por su cercanía al catolicismo, defiende el misterio de la Santísima Trinidad en contra de los unitarianos, en específico contra Sir Isaac Newton. Es así que podemos pensar a la segunda Persona de la Santísima Trinidad con “el sí mismo” de Dios, es de la misma sustancia -consubstancial- a la primera Persona de la Santísima Trinidad; la relación de la primera Persona con la segunda Persona es la adición o la suma, lo que equivaldría en el dogma trinitario al Espíritu Santo
33 Ibid 613 Monadología §37.
34 Debemos recordar que Leibniz al ser un cristiano protestante y por su cercanía al catolicismo, defiende el misterio de la Santísima Trinidad en contra de los unitarianos, en específico contra Sir Isaac Newton. Es así que podemos pensar a la segunda Persona de la Santísima Trinidad con “el sí mismo” de Dios, es de la misma sustancia -consubstancial- a la primera Persona de la Santísima Trinidad; la relación de la primera Persona con la segunda Persona es la adición o la suma, lo que equivaldría en el dogma trinitario al Espíritu Santo
35 Ibid 411 De la verdadera teología mística.
confirmar y aclarar la dinámica del autor §2.
38 Ibid 51 La profesión de fe del filósofo.39 Ibid 520 Verdades primeras.
40 Ibid 320 Sobre el modo de distinguir los fenómenos reales de los imaginarios.
41 Ibid 70 La profesión de fe del filósofo.42 Ibid 80 La profesión de fe del filósofo.43 Ibid 82 La profesión de fe del filósofo.
44 Ibid Discurso de metafisica §36.
45 Ibid 48 La profesión de fe del filósofo. Aquí se refiere a los escolásticos, en específico a santo Tomás de Aquino, que en sus Quæstiones disputatæ de potentia, dice: «[...] ha de decirse que la sustancia en acto del pecado procede de Dios, pero no su deformidad.» q. 3, a. 6, arg. 21
45 Ibid 48 La profesión de fe del filósofo. Aquí se refiere a los escolásticos, en específico a santo Tomás de Aquino, que en sus Quæstiones disputatæ de potentia, dice: «[...] ha de decirse que la sustancia en acto del pecado procede de Dios, pero no su deformidad.» q. 3, a. 6, arg. 21
46 Ibid 56 La profesión de fe del filósofo.
Bibliografía
Leibniz, G. W. (2003). Escritos filosóficos. (1o Ed). Madrid, España: Antonio Machado. 2003
Gutiérrez, M. (2012) La cruzada de los sabios: Harmonia scientiarium. Una mirada al pensamiento de Blaise Pascal y Gottfried Wilhelm Leibniz. Tesis de licenciatura, México: Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.