martes, 18 de febrero de 2014

Política Cristiana en el pensamiento de san Bernardo de Claraval

Virtutum cælestem exercitum

El título de este trabajo final remite a una de las parábolas del Doctor Melifluo, san Bernardo de Claraval, del cual haremos el análisis de los fundamentos del Orden Cristiano. Para este trabajo se investigaron las siguientes obras de san Bernardo de Claraval: Los Sermones sobre el Cantar de los cantares, Loa a la nueva milicia Templaria, Sobre los obispos, De diligendo Deo, Los cuatro brazos de la cruz, Sermón tercero de adviento (Las siete columnas), Características del pastor y del rebaño, En las faenas de la cosecha, la parábola de Las tres hijas del Rey, así como algunas cartas que envió a algunos Reyes o Papas.

Debo decir que san Bernardo de Claraval no tiene un escrito en el cual hable in stricto sensu sobre un orden social cristiano. Por eso haré varias analogías para determinar qué o cómo ve el santo doctor el orden político en miras cristianas. La primera analogía que haré es la más conocida que muchos autores han usado: el cuerpo humano como un organismo que cuenta con muchas partes, pero que a pesar de sus diferencias se encuentra unida en un todo, el cual puede recibir el nombre de organismo holítico. Escogí a san Bernardo de Claraval porque se le llama «el último de los Padres», pues el periodo de los Padres de la Iglesia comprende desde alrededor del siglo III d. de C. hasta el siglo VII d. de C.; además debe reunir las 4 características para ser nombrado Padre de la Iglesia, a saber, 1) antigüedad, 2) santidad de vida, 3) doctrina ortodoxa y 4) aprobación de la Iglesia. Se le llama «último de los Padres», no por cubrir una de las 4 características, sino porque «renovó e hizo presente [en el s. XII] la gran teología de los Padres.» Además, también es Doctor de la Iglesia, y se le conoce como Doctor Melifluo porque en sus escritos se dice que sólo Jesús es miel en la boca: «mel in ore, in aure melos, in corde iubilum»

Política Meliflua

San Bernardo de Claraval no perteneció a la edad llamada Escolástica, es más, a él se le considera uno de los opositores al pensamiento dialéctico, él decía que lo más importante es la contemplación de Dios; sin ella, todo el esfuerzo humano se hace en vano; por esta razón se le considera en el “bando” de los anti-dialécticos. Así pues, nos resulta claro el por qué nunca escribió de forma rigurosa o metódica, sino que sus escritos tienen un valor netamente pastoral, como lo podemos observar en sus escritos llamados Sermones, los cuales consisten en lo que hoy conocemos como homilías, que dictaba desde el púlpito para sus hermanos de la abadía de Claraval.

Si describiésemos el pensamiento del Doctor Melifluo en términos escolásticos diríamos que el Orden Cristiano se conforma de 4 causas, conocidas también como causas aristotélicas: causa material, causa formal, causa eficiente y causa final. Empezaremos con la causa material y eficiente, que en el caso del orden social van intrínsecamente relacionadas, no así en el pensamiento metafísico, donde las causas intrínsecas son las causas material y formal.






La persona humana

Es de suma importancia la persona humana, pues sin ella no existiría sociedad. Es por eso que la persona humana es la causa material, y de forma remota la causa eficiente, pues por su misma naturaleza el hombre es social; así la sociedad es la causa eficiente de la sociedad. 

Lo que san Bernardo de Claraval destaca es la composición espiritual de la persona humana. Cuando Dios crea al primer hombre le da muchas gracias en sobre abundancia para que pueda vivir de forma plena y feliz. ¿De qué forma sucede esto? El Doctor Melifluo piensa que Dios es un Rey Soberano, además es muy poderoso. Este Rey tiene 3 hijas que son: la Fe, la Esperanza y la Caridad. El Rey les encomienda a sus 3 hijas una ciudad de suma importancia: el alma humana. Esta gran ciudad estaba guarecida por tres grandes fortalezas que el mismo rey había construido desde hace mucho tiempo: el apetito racional, el apetito irascible y el apetito concupiscible. Cada una de las hijas del Rey toma cada una de las fortalezas: la Fe toma la fortaleza del apetito racional, la Esperanza al apetito concupiscible, pues no se desea lo que ya se ve; y la Caridad al apetito irascible, pues a partir de este se va formando el ardor de las virtudes.

Cuando cada una de las hijas del Rey se instaló en su fortaleza, las empezó a organizar para que no sucumbiera ante las desgracias. Así en la fortaleza que dirigía la Fe puso a la Prudencia como centinela, y a la obediencia, la Paciencia, la Administración, el Orden y la Disciplina como asistentes de la Prudencia. La Esperanza puso al mando de la fortaleza a la Sobriedad, y a la Discreción, Continencia, Constancia, Humildad y Silencio como auxiliadoras de la Sobriedad. Por último la Caridad puso como vigía a su amiga la Piedad y a sus órdenes estaban la Pureza corporal y la Paz, pero tiene al Libre albedrío como comandante y economista de su fortaleza.

De esta forma san Bernardo ve la grandeza de la persona humana, pues todo un ejército de virtudes celestiales (Virtutum cælestem exercitum) vienen a habitar en la persona. Lo más interesante y que resalta es primordialmente la vida en batalla de la persona humana: militia vita hominis super terram est (una batalla, una guerra, es la vida del hombre sobre la tierra). El hombre es lo más sublime de la creación: «su inteligencia le permite, a su vez, reconocer su dignidad, no como algo propio, sino como don recibido» y «Cuando no reconoce su propia dignidad, se asemeja por su ignorancia a los animales y se degrada hasta ser con ellos partícipe de su corrupción y de su mortalidad.». Muchas veces el reconocimiento de su dignidad lo lleva a ser lo que no es y debe ser acompañado por las virtudes por eso el hombre se encuentra en estado de guerra, su alma está sitiada y ataca el pecado, por eso se levanta como centinelas las virtudes contra aquello que lo separa de su Creador: «Si el Señor no cuida de la ciudad, en vano vigilan los centinelas», ¿qué es lo que hace que sucumban estas fortalezas? La Maldición, por eso la Fe pone a la Disciplina a vigilar; la Indigencia, la Esperanza hace lo mismo con el Silencio; y la Miseria, por eso se encuentra la Paz en la fortaleza de la Caridad.

Aunque san Bernardo no lo menciona es de capital importancia la virtud cardinal de la justicia, la cual se enjardinaría a la fortaleza de la Fe, pues la justicia es la virtud que perfecciona al apetito racional. Es por eso que no es tan extraño encontrar virtudes que surgen de esta virtud cardinal, como lo es la Prudencia, la Obediencia, la Paciencia, la Administración, el Orden y la Disciplina. ¿Qué tiene que ver la virtud cardinal de la justicia? Que a partir de ella también surge una virtud que está relacionada con la sociedad (causa eficiente del orden social); es importante porque la sociedad surge con el compromiso serio de cada uno de sus miembros, y si un miembro no es virtuoso la sociedad empieza a corromperse y así entra en la sociedad lo que el beato papa Juan Pablo II explicaba sobre las estructuras del pecado.

Pero en realidad estas tres fortalezas sucumbieron ante el pecado y por eso san Bernardo dice que «el que sabe y no hace lo que debe, recibirá muchos palos[…] porque no quiso conocer el bien y practicarlo, sino al contrario, acostado, planeó el crimen.» Después de organizar las fortalezas, las hijas del Rey se marchan y dejan encargado el castillo a los vigilantes y demás virtudes, pero el enemigo del hombre llega a arrasar con las fortalezas: llega con su ejército para tirar piedra por piedra aquello que el mismo Rey construyó. ¿Qué fue lo que hizo el enemigo? Corrompió a dos ciudadanos de esta ciudad: la Discreción y a la Administración; el efecto es irremediable, el enemigo fue directamente contra la razón y la concupiscencia. Después que entra la turba enardecida de los enemigos de la ciudad fortificada por el Rey, van directamente contra el comandante y ecónomo de la ciudad, el Libre albedrío. De esta forma no puede imperar, no puede dar órdenes a los centinelas ni a los ciudadanos a guarecer la ciudad, dice san Bernardo que el Libre albedrío es atado con esposas de hierro y enviado a un calabozo. El hombre se encuentra en una tremenda desesperación, cree que al llevar a un máximo una vida concupiscible es totalmente feliz y libre, pero él mismo ha encerrado a su libertad en un calabozo, en la oscuridad, en las tinieblas del pecado.

Cuando el Libre albedrío es encerrado, la primer fortaleza que toman los enemigos del hombre es el de la racionalidad, y a partir de este momento empieza a imperar la Blasfemia, así combate a la Fe con contradicciones, inquietudes, aturdimiento; destruye las bases de la fortaleza y propone cualquier capricho. De esta forma se destrona la Razón, y se obnubila, se oscurece, no tiene claridad de dónde ir, se equivoca; y es asesinado uno de los ayudantes, la Disciplina, así todos los vicios pueden entrar y salir de este castillo. Pero para que tuvieran libre acceso todos los vicios, la Soberbia y la Miseria entraron a la fortaleza de la Esperanza; la Miseria trasladó al alcázar más alto a la Paz para que no pudiera imperar la beatitud en esa ciudad, y la Soberbia expulsó a la Piedad y a la Paz. La Lujuria entrega a los demás ayudantes de la Sobriedad al mundo (Humildad), a la carne (Continencia) y a la concupiscencia de los ojos (Constancia). Así ya está profanado y saqueado el templo, santuario, de Dios, del Rey.

Ahora bien, la causa eficiente del Orden Social Cristiano es la misma Sociedad, la muchedumbre de hombres reunidos en sociedad.




La Sociedad

El papa emérito Benedicto XVI al reflexionar sobre el salmo 126 dice: «Una sociedad sólida nace, ciertamente, del compromiso de todos sus miembros, pero tiene necesidad de la bendición y del apoyo de ese Dios que, por desgracia, con frecuencia está excluido o es ignorado.» De esta forma lo piensa muy bien san Bernardo, la sociedad sin Dios no tiene un garante fundamental que proporcione la solidez de todos sus miembros unidos en una polis. Es importante este concepto para aplicarlo en una analogía de proporcionalidad de la concepción de la persona humana a la de sociedad según san Bernardo.

La sociedad la ha conformado Dios, pero se encuentra inscrita en la naturaleza del hombre mismo, pues es un ser que es capaz de salir de sí mismo para abrirse a los demás, donarse para los otros. ¿Cómo se empieza a conformar la sociedad? A través de la célula base de toda sociedad, la familia. No se encuentra un tratado sobre el matrimonio, pero podemos sacar algunas conclusiones a partir de su sermón sobre el Cantar de los cantares. A san Bernardo le llama la atención los primeros versículos del Cantar de los cantares: «¡Que me bese ardientemente con su boca!» El amado es para el amante unción del Padre «con el óleo de la alegría de sus compañeros.», pero el que el amado bese al amante con besos de su boca es «la efusión del gozo más íntimo que penetra hasta los secretos más profundos. Pero sobre todo, es como una intercomunión maravillosa de identidad entre la luz suprema y el espíritu iluminado por ella.» Así, la unión entre las dos personas (amado-amante) no es por la relación carnal, sino es una edificación divina de una casa: «Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles.», el amado es sacramento para el amante, es visión beatífica para el amante. La acción esponsal entre el amado y amante consiste en configurarse el uno para el otro, hacerse semejante, así como Cristo besó con besos de su boca a su esposa, al pueblo de Israel; el beso más ardiente de Cristo con su boca a su esposa fue el misterio de la encarnación del Hijo de Dios; es el bálsamo divino que necesitaba su esposa, para que el amante se entregara completo de una vez para siempre. Son sacramento el uno para el otro porque todo lo tienen en común: «no tienen nada propio ni exclusivo.»; la única propiedad que tienen en común  es el amor, es la característica primordial de los esposos.

Existe una jerarquía en la sociedad, así como existe una jerarquía en la creación; pero en ella se encuentra un ser que es vértice entre lo espiritual y divino. La jerarquía se organiza como tenemos organizado el cuerpo humano, como el fuerte y el castillo de Dios. De entre los miembros de la sociedad sobresale uno que funge como vicario del Rey, tiene la potestad para poder hablar en nombre de Él y tomar decisiones de la Administración de este Castillo para llevarlo a un término o fin en comunión con todos los miembros de la sociedad; este es la autoridad. Entre la autoridad y la sociedad preparan el Trono de Dios en la tierra, pero ¿de qué forma?

La autoridad

Ella es la Causa que da Forma a la sociedad; sin ella dejaría de haber rectitud, orden; sería como un cuerpo sin cabeza. Hay que recordar que el que ostenta la autoridad es también un hombre, y como hombre también Dios ha constituido un baluarte para que habite Dios en él. En el caso de la autoridad se demuestra con mayor insistencia y con mayor claridad cómo debe ser el gobierno; en él deben estar en concordancia y armonía todas las virtudes que Dios ha puesto en el hombre, no puede haber inequidad en él, pues todos los actos injustos que cometa, se verán reflejados en la sociedad. Es decir, mientras más virtuoso sea el gobernante, sus súbditos serán virtuosos; si el gobernante es vicioso, los súbditos serán viciosos.

El gobernante debe tener dos características importantes: la autoridad y la potestad; sin ellas el gobernante no puede dirigir la sociedad hacia su causa última. Además, debe saberse como vicario y no como poseedor eximio de éstas, pues si cree que de él emanan estas características vuelve a cometer el primer acto de injusticia de toda la humanidad: tomar lo que no es suyo, desobedecer a Dios y creerse más que Dios, caer en la soberbia, decidir por sí mismo lo que es el Bien y lo que es el Mal, siendo él autor y medida de todas las cosas. Pero esto sucede cuando todas las virtudes han sido expulsadas por los vicios, cuando atan al “Libre albedrío”, cuando deja de escuchar la consciencia que es vox Dei. Es por eso importante retomar de nuevo la Parábola de Las tres hijas del Rey; con mayor importancia se encuentra el que preside el gobierno de un pueblo. En él se deben encontrar con mayor orden las virtudes infundidas por el Rey soberano, el gobernante debe ser un hombre sumamente virtuoso, debe tener la virtud de la prudencia política, debe saber en qué momento debe ejecutar una decisión importante para la dirección del pueblo; debe tener la virtud de la justicia para dar a cada uno de sus súbditos y subordinados lo que les corresponde; la fortaleza para alcanzar los fines arduos que persigue en su gobierno; además si encuentra a un súbdito descarriado, con la virtud de la prudencia y con la facultad de la potestad debe saber dar un castigo justo a ese súbdito para poder re-ordenarlo a la sociedad y que juntos busquen el fin último.

Así teniendo como eje rectores las virtudes cardinales, el gobernante puede tener en mayor medida las demás virtudes como lo es la Disciplina, la Administración, el Orden, la Paciencia… Pero el gobernante, sabedor que lo que administra no le es propio sino ajeno y que tiene su función como vicario de Aquel que ostenta toda autoridad (Cfr. Jn 19, 11). 

El gobernante que actúa conforme su rectitud de consciencia y la ley moral natural, ayudado de la gracia sobrenatural; ese hombre empieza a construir en la tierra la morada de Dios que tiene siete columnas; primero prepara en su interior un trono para Dios, pero empieza a desarrollar arquitectónicamente la casa de Dios. Justicia y derecho preparan el Trono de Dios; es por eso importante que el gobernante sea un hombre que viva la virtud de la justicia, y al ser justo el gobernante dictará normas justas por las cuales la sociedad puede vivir en armonía y paz. Mientras el Pueblo o la sociedad tengan normas justas, la sociedad puede vivir en la paz que ha traído Cristo. Y siendo que la norma positiva debe tener su relación con la norma eterna, encontramos la capacidad de la razón de todo hombre al poder alcanzarla para conocerla y vivirla; si va contra la razón, que es uno de los garantes de la dignidad de la persona humana, entonces la sociedad tiene la obligación de no cumplir esa norma positiva porque va contra su dignidad y va contra Dios. Además, aquel que desempeñe la función vicaria se le exige fidelidad y disciplina para evitar el pecado y para que no quede impune lo que no se procura evitar.

La construcción de la casa de Dios en la tierra sigue de las otras dos columnas que debe vivir la sociedad y también el gobernante, a saber, la reverencia y la obediencia al superior; aunque el que tenga la autoridad participada tenga una vida reprochable, que no viva una vida virtuosa, aun así todos los súbditos debemos tener esa actitud de obediencia y reverencia «por respeto a aquel de quien deriva toda autoridad, este otro que así conocemos se hace acreedor de estima, no por unos méritos que no tiene, sino por deferencia al plan divino y a la misión que desempeña.» Estas dos columnas tienen relación de autoridad-súbdito, mientras que la anterior su relación es con el que tiene la misma autoridad; las otras dos columnas están íntimamente relacionadas con los que son los súbditos: consejo y ayuda. La fuerza que impulsa a vivir estas dos últimas columnas de la casa de Dios es el amor fraterno «el mejor consejo es tu actitud de enseñar a tu hermano lo que conviene y lo que no conviene hacer; estimulándolo y aconsejándole en lo mejor no con palabras ni con la lengua, sino con la conducta y la verdad.»

La última columna que san Bernardo propone es el Juicio, todo hombre y más el gobernante, debe tener en cuenta que todo lo que hace es para la consecución del fin último de la sociedad. Por eso san Bernardo recuerda a todos «cuando hayáis hecho todo lo que está mandado, decid: Somos unos criados inútiles.» De esta forma, tanto gobernante como gobernados van edificando en la tierra la casa de Dios; van reordenando las cosas temporales hacia Él. Pues Dios es el garante de la vida en sociedad; el hombre debe recordar que es un simple servidor en la viña del Señor, y al ser servidor debe escuchar las órdenes de su Señor.

Esto sucederá siempre y cuando el gobernante sea un hombre virtuoso, pero en el caso que no se hayan labrado las siete columnas para edificar la casa de Dios, surge inmediatamente la guerra. Lo que san Bernardo anima es a tomar las armas que ha tomado el Rey, abrazar la cruz y triunfaremos del enemigo; Dios cubre a sus ciudadanos con el escudo de la verdad. El gobernante, además de tener la autoridad, tiene la potestad para poder castigar con justicia aquellos que han atentado contra la justicia; a veces es necesario el uso de la fuerza pública para controlar a un pueblo que no quiere obedecer. La milicia está llamada a combatir a dos enemigos: contra los hijos de la infidelidad y contra las fuerzas espirituales del mal. «que una misma persona se ciña la espada, valiente, y sobresalga por la nobleza de su lucha es­piritual, esto sí que es para admirarlo como algo totalmente insólito.». En el caso de las insidias del enemigo que combaten espiritualmente, san Bernardo sigue insistiendo en el arma de la Cruz, con cada uno de los brazos combatimos ciertas insidias, por ejemplo, con el brazo superior de la Cruz combatimos el espíritu de soberbia «que suele arremeter con toda su furia cuando el alma vive en la cima de la virtud.». El que ostenta la autoridad debe combatir el buen combate con los cuatro brazos de la cruz «para resumirlo en pocas palabras, estos cuatro brazos son la continencia, la paciencia, la prudencia y la humildad. ¡Dichosa el alma que cifra en esta cruz todo su orgullo y su triunfo!»

Para salir al combate el soldado necesita de tres elementos: «agilidad con reflejos y precaución para defenderse; total libertad de movimientos en su cuerpo para poder desplazarse continuamente; decisión para atacar.» A veces, las razones de una guerra no son las adecuadas, pues son muy engañosas y poco serias: «pasión de iras incontroladas, el afán de vanagloria o la avaricia de conquistar otros pueblos.» Los hombres que tienen una consciencia recta y que toman por bandera la Cruz de Cristo sabe que si él vence, es Cristo el que vence; y si sucumbe al cumplir sus obligaciones, él vence, pues tiene como corona a Cristo. El fin principal de la fuerza pública en el caso de los militares o policías es ser un “malicida”; en el caso que deba morir un hombre por su actuar malo, el que mata no es un homicida, sino lo que ha buscado es «matar al pecador para defender a los buenos.», pero cuando muere este hombre que busca el bien de los buenos se despliega la liberalidad del Rey, «lleva al soldado a recibir su galardón.»

Aunque san Bernardo de Claraval haga mucho énfasis en la muerte de los paganos y de los malos, sólo lo aprueba para que los buenos se claudiquen en su búsqueda del bien, se deben buscar varios medios para detener las ofensivas y reprimir su violenta opresión: «es preferible su muerte [en algunas circunstancias], para que no pese el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, no sea que los justos extiendan su mano a la maldad.» 

Cuando los vicios han entrado en el castillo que el Rey había mandado construir y la habitó con el ejército de las virtudes, las Hijas del Rey (la Fe, la Esperanza, y la Cariad) se arrodillan ante su padre para que mande la Gracia sobre ese castillo. El Rey acepta pero con la condición que la Gracia entre acompañada del Temor para preparar el camino. El Temor llega con el báculo de la Disciplina. Cuando llegan al castillo se encuentran que  está cerrado con las cadenas del mal hábito y el nuevo centinela es la Lasciva de la carne. El Temor rompe las cadenas y persigue a muerte con el báculo de la Disciplina al nuevo centinela. De esta forma el Temor ondea sobre las puertas el estandarte de la Gracia para que todos vieran la victoria. La Gracia regresa con todo un ejército de virtudes, liberan al Libre Albedrío del calabozo donde se encontraba y corre hacia la Gracia del Rey y a partir de este momento sabe que será totalmente libre en el reino: «Una vez expulsados los enemigos, volverá él a su casa y a su parcela […] El Señor redimió a su pueblo y lo rescató de una mano más poderosa. Vendrán entre aclamaciones a la altura de Sión y afluirán hacía los bienes del Señor.»

Dios es el Señor de los ejércitos y el arma a la milicia con el cetro de la Disciplina, y además  «nunca falla[n] la obediencia». La milicia tiene la vocación vivir en unión  para estrecharla con la Paz, ellos viven en común y deben tener los mismos pensamientos y sentimientos, así nadie se deja llevar por la voluntad de su corazón. Ellos deben tener la mansedumbre de un monje y la intrepidez del soldado, pues con ello Dios hace milagros patentes y Él cuida de la ciudad, así no se vuelve vano que ellos la vigilen. 

Fin común


Por último hace falta mencionar o analizar la última causa que da sujeción a la sociedad; mientras que la autoridad le da la forma a la sociedad, el fin que persigue la sociedad es el Bien Común. Los necios rechazan los medios que conducen a ese fin, y lo rechazan como plenitud consumada. Lo que detiene a los hombres necios de llegar a su fin último como sociedad es que se deleitan en la hermosura de las creaturas, y en sí la ambición, que hace al hombre despreciar todo lo del cielo y de la tierra, y se lanza impetuoso al Dios del universo. Para san Bernardo Dios es la causa eficiente y final. Todos los hombres debemos ir en pos de Dios para alcanzar nuestra felicidad completa. Pero nosotros no podemos solos, necesitamos de los demás para poder llegar a este Fin, a esta Alegría Eterna.