domingo, 6 de mayo de 2012

Pensamiento filosófico del Cardenal Joseph Ratzinger



Manuel Alejandro Gutiérrez González

Vía amoris: Revolutio Ilustrata

He escogido este título pues me parece que muestra de forma muy resumida el pensamiento del Cardenal Joseph Ratzinger, ahora papa Benedicto XVI. Abordaré el pensamiento filosófico de este personaje actual desde el punto de vista filosófico, pues aunque él ha desarrollado Teología, ha utilizado como herramienta la Filosofía, pero no sólo la utiliza sino que la pone en un lugar altísimo, pues la razón hace un itinerario de las cosas hacia Dios, se eleva a través de las creaturas para poder llegar al conocimiento de un Dios que es Persona y Personal, de un Dios de Amor y de Misericorida. Este personaje tiene gran relevancia en la actualidad, aunque sus discursos sean breves y teológicos, contienen un mensaje filosóficamente denso, muchos intelectuales importantes de nuestros tiempos se han acercado a dialogar con S. S. Benedicto XVI por su gran capacidad intelectual, baste recordar los diálogos entre Habermas y Ratzinger en temas como política y fe; el homenaje que le hizo el Schülerkreis bajo el título Sabiduría de Dios- sabiduría del mundo en donde 77 académicos reconocían el trabajo del teólogo.
           
¿Qué quiero decir con el título?, parece una antítesis entre ellas, pues ¿cómo el amor va a provocar una revolución y una ilustración?, ¿el hombre tiene que hacer un recorrido en el amor para provocar una revolución?, ¿cómo encajar el discurso moderno entre la diosa Razón de la Ilustración y un camino del Amor?, más bien, primero hay que plantearse la pregunta: ¿qué entiende el papa Benedicto XVI por Amor y Razón?, para poder decir qué entiende por estos conceptos –si es que lo son- hay que tener en cuenta a dos teólogos, uno del siglo IV y otro del siglo XIII, de los cuales el papa Benedicto XVI es un gran conocedor: san Agustín de Hipona y san Buenaventura.[1] Tanto de uno como de otro retoma y da nuevas luces sobre el tema polémico sobre la armonía entre la fe y la razón, dice que éstas no se pueden separar ni contraponer, siempre van unidas[2], estos tipos de conocimiento se dan en el hombre, pero es para conocer la verdad que se encuentra en sí mismo, que habita en lo más íntimo del hombre –rede in te ipsum-, esto para trascenderse a sí mismo para dirigirse hacia donde se enciende la luz misma de la razón. Y partiendo de este hecho retoma la dignidad del hombre, pues al encontrarse la verdad en la intimidad de éste se da cuenta que el hombre es “un gran enigma” y “un gran misterio” que sólo puede ser comprendido desde la luz de Cristo. Así como en san Agustín hubo un cambio, una conversión de vida al encontrarse con la Verdad misma, el Santo Padre le preocupa que el hombre contemporáneo se ha alejado de la Verdad, y al alejarse de esa Verdad se ha alienado la relación con Dios y con el hombre mismo, por eso retoma las palabras de san Agustín: «A mi me parece que hay que conducir de nuevo a los hombres… a la esperanza de encontrar la verdad»[3], pero entramos en otros problemas ¿qué es la verdad?, y si esa verdad es absoluta ¿cómo puede un ser finito poseer algo infinito?, ¡por esta misma razón el hombre es un gran enigma! Para esbozar la solución retoma la doctrina de san Buenaventura, que éste retoma de san Agustín: el itinerario de la mente hacia Dios. Por un lado san Agustín propone este itinerario para que el hombre tenga un encuentro personal con la Verdad misma, por otro lado san Buenaventura retoma este mismo itinerario, pero no para encontrarse con la Verdad, sino para encontrarse con el Amor. Este itinerario comienza por los vestigia Dei que encontramos en las creaturas, estas huellas Dios las ha dejado en las cosas y Cristo mismo las ilumina para que puedan ser inteligibles, podemos decir que hay unas vías por las cuales la mente puede llegar al acto puro según san Buenaventura: ens ab alio, ens contingens, ens posibilis y ens mutabilis.
            Para llegar al conocimiento del que es en sí mismo, el necesario e inmutable debemos partir de estos entes, estos son un  misterio de la eternidad, pues a partir de la nada fueron creados. Aunque para algunos teólogos coetáneos del papa Benedicto XVI afirman que la creación como tal no debe ser tomada en cuenta intelectualmente –pues la ciencia moderna ha demostrado que sólo podemos hablar de mutaciones y selección natural-, el Santo Padre ante este problema dice que hay unas consecuencias racionales y en la fe si se niega la creación, dice que debemos tomar las propiedades de las figuras que se toman del relato de la creación, pues lo que importa al creyente no es que Dios haya creado el mundo en siete días –pues no es un libro del cual podamos sacar conclusiones científicas-, sino que lo más importante es que un solo Dios creó el mundo. Todavía más, con la introducción del Dios único en el mundo politeísta se empezó a desmitificar la concepción de que el mundo y los astros eran divinidades, tanto buenas como malas; el mundo y los astros han sido liberados por la razón, pues éstos proceden de un único poder, que es la eterna razón de Dios «que por su palabra se hizo poder creativo. Todo esto proviene de la palabra de Dios […]»[4] y a través de esta liberación el hombre se puede elevar hacia Dios «y el hombre se hizo capaz de acercarse sin miedo a Dios.»[5]
            Los descubrimientos científicos apuntaban a que el mundo, el cosmos, es eterno, pues descubrieron algunas leyes[6] que mostraban un cosmos consistente, y que estas leyes mostraban la inmutabilidad del universo, en el cual no hay cabida para alguien más, así Laplace «pudo decir: “ya no tengo necesidad de la hipótesis de Dios.”»[7], pero siguiendo el desarrollo científico nos hemos percatado que el hecho mismo de la creación, su principio, es el fiat. Este principio lo podemos tomar desde dos puntos: que hay una temporalidad inscrita en el mundo, como lo muestra la ley de la entropía, la teoría de la relatividad, este conocimiento de la temporalidad del ser nos lleva «al que tuvo poder de crear el ser»[8]; el segundo punto es que nos lleva a considerar que el mundo tiene un proyecto, nuestra razón ha encontrado en el mundo una razón de ser y cuando el hombre se percata en la razonabilidad del mundo, que éste tiene una razón, el hombre debe empezar a rezar y a alabar a Aquél quien lo hizo, pues «Dios nos mira a través de la razón de la creación.»[9]. Los estudios científicos le han permitido al hombre reconocer el rostro del Creador, el mundo no viene de un caos, no viene del azar, sino de una Razón libre y amorosa. [10]
El relato bíblico[11] no está estructurado matemáticamente, pero contiene algunos números a los que hay que prestar atención, en específico el Cardenal Ratzinger dice que dominan los número tres, cuatro, siete y diez, en el relato se repite diez veces: «Dijo Dios», y esto nos adelanta al Decálogo, que es un reflejo de la creación, pues «son la lógica del mundo traducida, la lógica traducida de Dios, que ha creado el mundo.». Por otro lado también tiene preponderancia el número siete, el cual muestra la plenitud, la totalidad, pero también es un ciclo lunar, el cual quiere significar que el hombre no se encierra en su propia individualidad, sino que debe mirar el ritmo y movimiento del cielo para así comprender su vida en un ritmo y esto nos lleva a la razón del universo, y se adelanta a decir que «el ritmo de las estrellas es una profunda expresión del ritmo del corazón, del ritmo del amor de Dios, que en él se manifiesta.»[12]
Hasta aquí podemos ver la relación que existe entre el mundo y Dios, un Dios que no está alejado de lo que Él mismo ha creado, pero si queremos seguir con el itinerario que propusieron san Agustín y san Buenaventura no nos debemos quedar en las meras cosas materiales, sino que a partir de ahí debemos llegar al hombre. La pregunta sobre qué es el hombre está desde muy antiguo y cada hombre se la debe plantear, el Cardenal Ratzinger dice que la respuesta que demos a estas preguntas no es sobre qué es el hombre en universal, sino que la respuesta debe ir dirigida más bien a qué hombre queremos ser. Por otro lado, el relato de las Sagradas Escrituras sobre la Creación son una guía para saber el proyecto que Dios quiere sobre el hombre, es decir, qué es lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. En el transcurso de la historia y más en los siglos pasados el hombre puede pensarse a sí mismo como un demonio, ante la destrucción de sus hermanos, pero el relato nos muestra dos aspectos sobre el hombre: primero que el hombre no es Dios, pues él no se ha hecho a sí mismo, es un ser limitado, es un ser para la muerte y, en segundo lugar es un consuelo, pues el hombre no ha sido creado por poderes negativos, todos venimos de la misma tierra, todos somos de cierta forma consanguíneos, así podemos ver que no hay diferencias entre nosotros de castas ni de razas: «todos somos una humanidad, formada por Dios de la misma tierra.»[13]. Pero el hombre no es sólo tierra, sino que Dios le inspiró de su aliento en las narices: «la realidad divina entra en el mundo.»[14], en esto radica su dignidad como hombre, pues es hecho a imagen y semejanza de Dios y así hay una relación directa con el que lo ha creado, esta creatura es la unión de cielo y tierra.
Ante un mundo tecnocrático el Papa hace un énfasis en que lo verificable y demostrable física y matemáticamente no plenifica al hombre, retomando a Kant dice que se hace a un lado su razón práctica, y que el mismo Kant sabía que la razón práctica tiene primacía de la razón teórica, pues a través de las realidades morales el hombre se da cuenta de las más decisivas realidades, todavía más, el Papa añade al pensamiento kantiano: «está el espacio en el que se manifiesta el ser imagen de Dios.»[15]. En este ser imagen de Dios se funda la dignidad de la persona humana, y va más allá, permite el desarrollo integral del hombre y «alimenta su anhelo constitutivo de “ser más”»[16], es decir, «Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre»[17]. Ahora bien, ¿qué hacer con la tecnocracia?, Su Santidad afirma que el conocimiento no es sólo lo mensurable, el cálculo exacto de las cosas; si el conocimiento quiere ser una verdadera sabiduría que sea capaz de orientar al hombre a su fin último, el conocimiento debe  «ser “sazonado” con la “sal” de la caridad»[18], pero no podemos decir que la inteligencia es primero y después se añade el amor a la inteligencia, sino que lo que verdaderamente existe es «el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor.»[19]
Hasta aquí podemos decir que hay una razón y un amor en la creación y en el hombre, pero todavía queda pendiente la pregunta que nos habíamos hecho antes: ¿qué entiende el Papa por Amor y Razón?, para el Papa el amor, que es caritas, «es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y la paz.»[20] y la Verdad es la asunción del proyecto que Dios tiene para el hombre y que debe realizarlo plenamente, pero ¿qué quiere decir esto?, ¿no es quedarse en la abstracción de lo que es la Verdad y el Amor? Para el Santo Padre no es así, pues la fuerza extraordinaria que mueve a las personas para realizarse plenamente tiene su origen en Dios, que es «Amor Eterno y Verdad Absoluta», pero no es el concepto o la idea del Dios de los filósofos, pues este Dios es rígido y vacío, sino que es un Dios que es Vivo y que es Persona, y que la caridad y la verdad son el Rostro de Su Persona, que se da en el Hijo Unigénito: Cristo. Ahora bien, al introducir el nombre de Jesucristo en la exposición podría alguien objetar que ya estamos en el plano meramente Teológico, y en efecto, como he dicho desde el principio el Santo Padre es un Teólogo, pero el dato revelado nos da nuevas luces. Este mismo problema lo enfrenta en su lección inaugural para la cátedra de Teología fundamental en la universidad de Bonn con el título El Dios de la Fe y el Dios de los Filósofos[21], para encontrar la solución a este problema recurre a santo Tomás de Aquino, pues ve en él la solución armónica entre Fe y Razón, en el problema que se ha planteado desde san Agustín y san Buenaventura. Dice que para santo Tomás de Aquino el Dios de la Fe y el Dios de los filósofos «caen por completo el uno en el otro»[22], pero con una diferencia «el Dios de la fe supera al Dios de los filósofos, le añade algo»[23], en efecto, la tesis tomista dice que el conocimiento de la existencia de Dios no es un artículo de fe, sino un preámbulo a los artículos mismos, pues la fe presupone el conocimiento natural, así como la gracia perfecciona la naturaleza: gratia non destruit, sed elevat et perficit naturam. Hay algunos que no aceptan esta tesis, un ejemplo es  el teólogo reformado Emil Brunner, él dice que hay una distinción entre el Dios de los filósofos y el Dios de la fe, y su radical diferencia se encuentra entre el nombre de Dios y el concepto de Dios, lo único que por la razón podemos llegar a  conocer es el concepto de Dios, pero no podemos llegar a conocer el nombre de Dios, pues al darle un nombre a Dios caeríamos en un antropomorfismo, más bien, es Él mismo el que se da el nombre. Aquí es donde se juega el conocimiento verdadero de Dios: si sólo nos quedamos con el conocimiento natural, que es corruptible y falible por la entrada del pecado en la naturaleza del hombre, o sólo con el conocimiento revelado, que es un conocimiento infalible e incorruptible pues es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y el cuál no engaña ni quiere engañar, o si hay una posible unión entre estas dos; si no hay una unión entre la filosofía y la teología con lo único que nos quedamos es que en la teología nos quedamos con el nombre, con el cual Dios se da a conocer como un tú y se abre al hombre, por otro lado con la filosofía al revelar el nombre se cierra y rechaza la revelación misma. La solución que encuentra el entonces profesor Ratzinger lo hace a través de los estoicos, en específico de Varrón, el cual al estudiar la religión griega encuentra una theologia naturalis, la cual está compuesta de tres aspectos: Θεολογία μυθική – πολιτική – φυσική, la primera observación que hace es que no se debe entender de manera separada sino unida; para los antiguos empieza a haber una separación, la última, la  φυσική –que aún la filosofía está unida a ésta-,  «pone al descubierto la verdad de lo real y así también la verdad del ser de lo divino.»[24], es decir, al conocimiento de la esencia de Dios; las dos primeras están relacionadas con la religión, pero estas no les interesa adorar lo que la ciencia descubre como el Dios verdadero, sólo se limita a la legalidad religiosa. Ante esta disyuntiva Varrón pone al descubierto la problemática del politeísmo, hay muchos dioses pero hay uno que le da unidad –este uno que se da de forma elevada en Platón y Aristóteles- pero el problema del pensamiento politeísta no es que haya o no un ser que les dé unidad, sino que el hombre recurre a los diferentes dioses para poder apelar al absoluto, pues son reflejo finito del infinito; es decir, con la introducción del pensamiento monoteísta el hombre se atreve a apelar al absoluto, y esto se debe porque el hombre se sabe primero apelado por el absoluto y no al revés. La bisagra que une al Dios de los filósofos y al Dios de la fe se da en lo que los Padres de la Iglesia, en específico san Agustín, notaron en el conocimiento bíblico: el nombre de Yavhé; es «el guión que Agustín ha puesto entre “ontología neoplatónica y conocimiento bíblico de Dios”.»[25], pero no se queda sólo en las palabras del nombre, sino que tiene su constatación «de que el Dios mudo e inapelable de los filósofos se ha hecho en Jesucristo Dios que habla y que escucha.»[26] Este alcance que vieron los Padres de la Iglesia en el concepto prerreligioso del concepto de Dios significa que la verdad filosófica pertenece constitutivamente a la fe cristiana. Otro pasaje de las Sagradas Escrituras en las cuales podemos notar la relación que existe entre la fe en un único Dios y el conocimiento racional de un único Dios es en los pasajes de la Creación, en específico el libro de Isaías, pues aquí vemos las propiedades divinas: eternidad, omnipotencia, unidad, verdad, bondad y santidad; cabe aclarar que no son lo mismo que en filosofía, pero hay algunas aproximaciones. Pero ¿qué quiere decir el Papa con esto?, a lo que quiere llegar es que si el hombre hace un abandono al elemento metafísico de Dios, tiene como implicación el abandono de la exigencia universal de la fe cristiana, es decir, la fe se sirve de la razón humana para llevar afuera lo que tiene en su interior, la filosofía tiene una vocación de ser mensajera, pues la fe no se reduce al ámbito reducido de unos iluminados, sino que debe ser llevada a todos los hombres, con el lenguaje de los hombres, por esta razón decía al principio que el Santo Padre no sólo utiliza a la filosofía, sino que teniendo en cuenta la vocación a la que es llamada la Razón la pone en un lugar altísimo, pues el hombre hace un itinerario de la mente hacia Dios y al llegar por sus propias fuerzas al conocimiento de Dios es perfeccionada por la gracia. Pero hace un alto y un llamado a todos aquellos que están en búsqueda de la verdad absoluta:
El conocimiento de que Dios es un Dios referido al mundo y al hombre, que opera dentro de la historia, o dicho más hondamente, el conocimiento de que Dios es persona, yo que sale al encuentro del tú, este conocimiento exige sin duda un nuevo examen en toda la línea de las declaraciones filosóficas, un representarlas como todavía no se ha ejecutado suficientemente.
Así, puesto este preámbulo, podemos comprender lo que el Santo Padre quiere decir con Amor y Verdad: el Amor es Dios mismo, es el Dios de Dios, pues es su opus propium.
El amor se muestra en la constancia. No se reconoce en absoluto en el momento y por un momento sólo, sino precisamente en que permanece, supera la vacilación y lleva en sí eternidad, con la cual, a mi parecer, también se da la relación entre amor y verdad: amor en sentido pleno sólo puede darse donde existe lo duradero. Donde se da el permanecer. Porque tiene que ver con el permanecer, no puede darse en cualquier lugar, sino sólo allí donde está la eternidad.[27]
Ahora bien, ¿por qué la vía del amor es una revolución ilustrada?, ante el endiosamiento de la razón humana que mide, controla y en algunos casos abusa de su poder, se le debe mostrar que no es la única vía de conocimiento, y que tampoco se basta a sí misma para comprenderlo todo de una sola vez[28], ¿cuál es entonces la otra vía de conocimiento? El amor, pues es el obrar propio de Dios. La huella del Amor Eterno que es al mismo tiempo Verdad Absoluta está impresa en todas las creaturas, pero no sólo es eso, recordemos que el in principio tiene dos aspectos, el fundamento y la razón de ser, el fundamento es el Amor y la Verdad que son un mismo Ser en Dios, y la razón de ser también es Dios mismo, pues Él en un acto libérrimo de amor creó todas las cosas «para hacerse hombre y para poder derramar su amor y ponerlo en nosotros, invitándonos a responderle con amor.»[29] Así la verdadera Ilustración
[…] se manifiesta también en que mantiene a la razón humana prendida de la profundidad de la razón creadora de Dios, para retenerla así en la verdad y en el amor, sin que la ilustración se extralimite y se torne, en fin de cuentas, necia.[30]
Nuestra razón queda ilustrada por medio del garante de la creación que es Dios mismo[31], nuestra razón reconoce y cubre el abismo que se encuentra entre lo finito e infinito, lo visible e invisible, pues «el Eterno ha entrado en el tiempo, [… Nuestro ser está asombrado] ante lo que allí contempla: el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el hombre en Dios y Dios en el hombre.»[32] Esta es la Verdadera Ilustración que provoca la vía del amor, pero ¿dónde queda la Revolución? La revolución comienza en una pregunta que se hace el hombre concreto: aparte de la pregunta ¿para qué me sirve todo este conocimiento ilustrado?, cuando el hombre se siente interpelado por este Amor y le corresponde, el hombre aprende a que su modo de vida debe cambiar: «han de convertirse en hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia.»[33] Han de perderse a sí mismos para encontrarse a sí mismos, para servir a que Dios esté presente en el mundo, para interpelar a los hombres contemporáneos a dejar de vivir como si Dios no existiera, el hombre debe buscar la estrella que está en su interior para que oriente su vida a encontrar a Dios, y todos aquellos hombres y mujeres que encuentran a Dios y entran en contacto personal con Él, en sus vidas se revela la riqueza de este Dios: «son la estela luminosa que Dios va dejando en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún. […] Ellos nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas.»[34] A estas personas se les considera amigos de Dios y a través de la historia han existido grandes amigos de Dios los cuales han hecho las mejores reformas, remontan e iluminan a la humanidad de valles oscuros para guiar a la humanidad hacia Dios: ellos son los verdaderos revolucionarios, y la verdadera revolución se da en Dios, el cambio que necesita el mundo:
No son las ideologías las que salvan el mundo, sino solo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?[35]




[1] El Santo Padre se doctoró en teología en el año 1953 con la tesis: Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia en san Agustín, y para la habilitación de la enseñanza hizo la disertación: La teología de la historia de san Buenaventura. Como sucesor de Pedro en las catequesis de los miércoles el Santo Padre ha dedicado 5 audiencias a san Agustín de Hipona y 3 audiencias a san Buenaventura.
[2] Cfr. 3º Audiencia General del miércoles 30 de enero de 2008 sobre San Agustín. Armonía entre fe y razón.
[3] Ibid
[4] Ratzinger, J. En el principio creó Dios. Consecuencias de la Fe en la Creación. [Trad. Castellote, S.] 1º Ed. Valencia, España: EDICEP. p.  17
[5] Ibid. p. 17
[6] Las leyes de la conservación de la materia y de la energía.
[7] Ibid. p. 37
[8] Ibid. p. 38
[9] Ibid. p. 40
[10] «se presenta a la creación como una totalidad, de la cual forma parte la dimensión del tiempo. Los siete días son una imagen de un conjunto que se desarrolla en el tiempo. Están ordenados con vistas al séptimo día, el día de la libertad de todas las criaturas para con Dios y de las unas para con las otras. Por tanto, la creación está orientada a la comunión entre Dios y la criatura; existe para que haya un espacio de respuesta a la gran gloria de Dios, un encuentro de amor y libertad. […] la primera frase de la historia de la creación: «Dijo Dios: “Que exista la luz”» (Gn 1,3). Como una señal, el relato de la creación inicia con la creación de la luz. El sol y la luna son creados sólo en el cuarto día. La narración de la creación los llama fuentes de luz, que Dios ha puesto en el firmamento del cielo. […]La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar. El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe sólo en virtud de la negación. Es el «no».» Homilía de Su Santidad Benedicto XVI en la Vigilia Pascual.
[11] El Cardenal Ratzinger dice que el relato bíblico no es un sinsentido, no está carente de sentido, sino que de cierta forma son un extracto de verdad, y esta verdad se da de manera de símbolos, pues nos permite llegar a conocer lo más profundo.
[12] Ibid. p. 42
[13]  Ibid. p. 61
[14]  Ibid. p. 62
[15] Ibid. 65
[16] Caritas in veritate n. 29
[17] Ibid. n. 29
[18] Ibid. n 30
[19] Ibid. n 30
[20] Ibid. n. 1
[21] Esta lección el Cardenal Jospeh Ratzinger la mantuvo el día 24 de junio de 1959. Le interesa este tema pues  como dice en la página 19: «[El enfrentamiento entre el Dios de la fe y el Dios de los filósofos] se convierte en pregunta por la esencia del cristianismo en general, en pregunta por la legitimidad de la síntesis concreta, que da forma al cristianismo, de pensamiento griego y bíblico, en pregunta por la legitimidad de la analogía entis en cuanto positiva puesta en relación  de conocimiento de razón y conocimiento de fe, de ser de naturaleza y realidad de gracia; y finalmente también en cuestión de decisión  entre comprensión católica y protestante del cristianismo.»
[22] Op. cit. 1º Ed. Madrid, España: 2007. p. 12
[23] Ibid. p. 12
[24] Ibid. p. 23
[25] Ibid. p. 25
[26] Ibid. p. 25
[27] Ratzinger, J. Convocados en el camino de la fe. [Trad. Matito, J.] 2º Ed. Madrid, España: Ediciones Cristiandad A. C.. 2005 p. 46
[28] «La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre porque, sí, éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero no a dónde va el mundo y de dónde procede. A dónde va nuestra propia vida. Qué es el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si Dios y los valores, la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la oscuridad, entonces todas las otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro, a nosotros y al mundo. Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante  que ya no pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro ser ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz.» Homilía de Su Santidad Benedicto XVI en la Vigilia Pascual.
[29] Op. cit. Ratzinger, J. 2001. p. 46
[30] Ibid. p. 27
[31] «Cuando el hombre se pone contra Dios, se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino alienado de sí mismo. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si estamos unidos a Dios. Entonces nos hacemos verdaderamente «como Dios», no oponiéndonos a Dios, no desentendiéndonos de él o negándolo.» Homilía de Su Santidad Benedicto XVI in Coena Domini.
[32] Discurso de Su Santidad Benedicto XVI en la fiesta de acogida de los jóvenes. 18 de agosto de 2005.
[33] Intervención de Su Santidad Benedicto XVI en la vigilia con los jóvenes. 20 de agosto de 2005.
[34] Ibid.
[35] Ibid.

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